lunes, 7 de noviembre de 2011

CROWN OF LOVE

Un sentimiento es como una semilla. Una semilla que plantas en tu corazón y se alimenta de ti, de tu sangre, de tus emociones, y va creciendo. Hace raíces en lo más profundo de ti, en tu alma.
Es como cuando eres niño y en el colegio plantas una lenteja en un vaso de plástico con algodón empapado en agua.
Puede ser el amor de un padre que escribe al hijo que todavía no ha nacido una carta contándole el secreto para encontrar a la mujer de su vida.
Puede ser la agonía que siente el poeta cuando la única forma de poder expresarse y liberarse es jugar con las palabras.
O la derrota de un cantante que admite melodiosamente que desde el día en que ella dijo “no”, su corazón es una tumba en la que deposita flores que riega con la sal de sus lágrimas.
¿A dónde van todos esos sentimientos cuando morimos? Son tan jodidamente perversos que anidan en el lugar más importante, el que decide cuándo llega tu último suspiro. Si tu corazón deja de latir, se esfuman en el lapso de tiempo del último latido y la nada. Toda una vida concediéndoles una ubicación privilegiada y haciéndoles perdurar en el tiempo, y desaparecen. Toda una vida llorando, o riendo, sufriéndolos al fin y al cabo, ¿para nada?
Quizá su legado sea precisamente todo lo que te hicieron sentir en vida. Hay sentimientos buenos y malos, pero tienes la gran fortuna de SENTIR. Porque seguro que el que ya no está volvería para engendrar el hijo que nunca tuvo, para gritar al viento su poema, y para perseguirla y hacerle ver que la vida con él supera los límites de lo terrenal.

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