jueves, 25 de agosto de 2011

SHE'S THUNDERSTORMS

Ser una tormenta. Arrasar con todo aquello que se pone por delante sin importar la resistencia que se oponga. Hacer lo que la noche hace con el día, cubrirlo todo de oscuridad.

La vida en ocasiones es una tormenta, ese fenómeno atmosférico tan espectacular como virulento. Se nos plantean cuestiones que hacen que tomar una decisión se convierta en una gran nube negra sobre nuestra cabeza, con miles de partículas agitándose dentro de nuestro cerebro a gran velocidad. Sentimos la decepción del no saber la respuesta, la angustia de no saber discernir qué será lo mejor, el miedo a que todo cambie tu perfecto sistema. Oyes como truena dentro de ti, y quisieras volver atrás en el tiempo y cobijarte en el regazo de mama, allí donde podía estar cayendo el diluvio universal, que sabías que no iba a pasarte nada. Esos dos brazos que para ti eran la mayor coraza, y si todo se inundaba, el único barco que sobreviviría a la catástrofe.

Ahora, esas tormentas se han convertido en difíciles decisiones que te atacan donde más duele, cuando ya eres adulto e intervienen la cabeza y el corazón. Cambiar de ciudad, de trabajo, dejar atrás amigos o quedarse. No puedes correr hacia ese abrazo porque dentro de ti sabes que debes hacerlo solo y demostrarte que has aprendido a caminar solo. Que al fin y al cabo, es tu vida, y solo tienes una para vivirla como tú quieres. Quizá eso es lo que genera más inseguridad, el querer elegir lo mejor para esa única oportunidad que es la vida. Nadie quiere llegar a viejo y darse cuenta de que no eligió bien.

Alguien me dijo hace poco que cualquier decisión que se tome será buena y la mejor. Debemos apostar por lo que elegimos y no mirar atrás ni pensar en qué hubiera sido si, porque entonces perderemos la magia del camino que escogimos. Si permanecemos quietos, se abren ante nosotros infinidad de opciones, y mientras no elegimos, todo es posible. Pero puede acabarse nuestro tiempo y haber permanecido siempre a la espera. Quizá si supiésemos lo que ocurriera con cada elección, tampoco seríamos capaces de elegir, porque ambas decisiones tendrían sus cosas buenas y sus cosas malas.

Al final, creo que se trata más bien de sopesar pros y contras en frío y lanzarse de cabeza. Pero soy una consejos doy y para mi no tengo, así que yo suelo esperar mientras caliento mi cerebro a que un día la tormenta estalle por su propio peso y llueva, diluvie con toda la fuerza de las cargas eléctricas que lleva dentro esa gran nube que me acecha. Lo único que tengo claro es que saldré sin paraguas  para que el agua me lleve hacia la tranquilidad. Al fin y al cabo, tras la tempestad llega la calma. Es ley natural, una vez que la tierra se enfría, la tormenta se acaba.

Espero que esto te sirva de algo, y haz lo contrario a mí, J. No tengas miedo a elegir, y si eso ocurre, siempre estarán las noches de verano con un moscatel en mano pensando en cuál sería el concierto de nuestras vidas, qué hay allí arriba, y desmontando a E. sus teorías acerca de Dios. La vida se ve de otra forma, yo lo sentí.

Gracias a los dos por esos paseos a medianoche.

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